Te soy sincera: hoy me he despertado con tristeza en el corazón. Y te lo digo para normalizar estos cambios de humor. Tanto en mí misma como en ti. Quizás tú también tengas inexplicables cambios de humor.
Te podría decir que es el coronavirus, que ha llegado a las puertas de la ciudad donde viven mi tía Patrizia, una de las personas que más me importan en este mundo, y mis amigas. Pero esta pena en el corazón ya estaba antes de despertarme y ver el desarrollo de la situación.
Podría decirte que es el proceso de desintoxicación que estoy enfrentando, ojalá sea el ultimo.
Da igual de dónde viene esta tristeza, el hecho es que ya está aquí.
¿Qué hago con ella?
Lo más común es taparla, ignorarla, hacer como que no está y que no es importante. Sin embargo, hoy quiero darle un lugar en mí, respetarla y darle espacio. Forma parte de mi realidad, puedo vivir con ella.
¿De verdad puedo vivir con ella?
¡Uf! No sé yo.
No es muy placentero, me resulta incómoda.
Conecto con la fragilidad, la debilidad, la impotencia. Una cascada de emociones que suelo evitar.
En lugar de estar con mi corazón, me voy al pensamiento:
¿De dónde viene?
¿Qué puedo hacer para esquivarla?
Y me juzgo.
¡Levanta, no seas floja!
Es increíble cómo creo hacerme un favor siendo «dura» conmigo misma. Es lo que he aprendido, es lo que me he dicho, es cómo me he acompañado durante las dificultades de mi vida. De alguna manera me ha funcionado, solo he tenido que renunciar a mi humanidad, a mi fragilidad, a mi suavidad.
Porque cuando endureces tu corazón para «sobrevivir» y lo haces a menudo, tanto que ya no te das cuenta; se vuelve muy difícil poder ablandarte. Por lo menos esto me pasa a mí.
La guerrera no sabe quitarse la armadura ni siquiera cuando se echa una siesta, ni siquiera cuando está a solas en un lugar seguro.
- ¿Por qué?
Da igual el porqué.
- ¿Para qué?
Para defenderse.
- ¿De quién?
De todas las partes de sí misma que la ponen en peligro.
De repente la armadura ya no es una protección por los peligros que puedan venir desde fuera, sino por los peligros que se perciben dentro. Para que no salga nada inaceptable, inadecuado, incorrecto, vergonzoso.
No había contemplado esta posibilidad. No me había percatado de que la armadura sirve para que no salga nada, no solo para que nada del mundo externo llegue a dañarme.
Ahora entiendo la tristeza.
Tanta separación del mundo no puede hacer otra cosa que ponerme triste.
Y vuelvo a justificar y explicar.
Por una parte está bien, porque me permite entender y estructurar.
Por otra, aleja de la emoción.
Lo único que quiere la emoción es expresarse, es una información. Como una ola, nace, llega a su ápice y desaparece. Intervenir en el proceso es interrumpirla, bloquearla. Cuando esto pasa, la emoción no puede irse, no nos deja, sigue empujando en el «inconsciente» o «semi-consciente», robándonos energía y recursos.
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