A veces la vida nos pone en tesituras desagradables.
Estas situaciones pueden manifestarse de varias formas. Lo que tienen en común es la frustración que nos provocan. El nivel de aceptación de la frustración depende de si en la infancia hemos sido acogidos y consolados. Los niños que no han aprendido a consolarse delante de la frustración, se vuelven adultos que toleran poco o nada la frustración que la vida les pone delante.
Para mí, personalmente, este es un temazo.
A veces dudo si no me han consolado de pequeña o si yo no he querido consolarme. Sé que da igual, porque el resultado es el mismo. He llegado a ser una adulta con muy poca tolerancia a la frustración. Como la vida es sabia, me sigue poniendo en situaciones frustrantes. Me da la posibilidad de aprender, dar un paso más para tolerar la frustración. Aprender a consolarme.
Me doy cuenta de que percibo el consuelo como síntoma de debilidad. Una tontería, porque si yo quiero que el sol sea rosa y el sol no se pone rosa, es absurdo consolarse. Sería como renunciar a lo que deseo o necesito. Aceptar que no pasa nada con esto, para mí equivale a engañarse.
Claro que si lo que quiero o necesito es que «el sol sea rosa», es difícil apreciar el dolor que puede provocar algo tan tonto. Si lo que quiero es que mi madre o mi hermana me demuestren su amor y me hagan sentir parte de la familia, quizás la cosa cambia.
Es difícil aceptar que para tu madre no eres tan importante como ella para ti. Sobre todo cuando eres una niña.
Esto provoca un dolor inconsolable, ¿cómo puede haber consolación para algo así? Es engañarse.
Sin embargo, es necesario.
Renunciar al consuelo es estar en contra de la vida, es renunciar a bajar la cabeza delante de las cartas que la vida te ha dado y refunfuñar para que te dé otras, en lugar de aceptarlas de buen grado.
El discurso que acompaña esta actitud puede ser muy variado. Puede haber varios discursos que sustentan esta actitud, aunque todos ellos estén cargados de razón y de verdad, ninguno te lleva hacia un contacto amoroso contigo, ni con tu entorno.
Cuando te das cuenta de esto, puedes hacerte responsable y cambiar algo.
Cambiar, en este caso, significa hacer una gran renuncia narcisista. En pocas palabras llegar a decir: «puedo vivir con esto que me está pasando, no pasa nada, la vida sigue a pesar de que mis deseos, mis objetivos, mis ambiciones y también mis necesidades no encuentren satisfacción».
Para mí, renunciar a esto es una gran putada.
Acabo de apreciar este nuevo camino y me parece tan poco atractivo que no tengo ninguna gana de recorrerlo. Estoy explorando y respetando mi resistencia. Esto también es tratarme con amor. Ser compasiva conmigo y con mis dificultades es el primer paso para consolarme.
Me gustaría tenerlo ya todo hecho y no es así. Puedo enfadarme o cuidarme y amarme. Yo decido en cada momento.
Y cada momento tengo la libertad de volver a decidir.
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Recibe mi abrazo.